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Cómo fastidiar una conversación con un simple “Te lo dije”

Semana larga. Semana dura. Eran principios de septiembre, con muy poca facturación en agosto y ante un mes que no pintaba demasiado bien.

En esa época me planificaba de una manera muy diferente a como lo hago hoy. Ni mejor, ni peor. Era la que era y me funcionaba. Entre mis métodos, tenía un mapa de Barcelona que desplegaba en ocho partes y le ponía unos gomets (adhesivos, por si le llamas de otra manera) de colores en función del tipo de empresa que prospectaba: agencias de publicidad, farmacéuticas, alimentación,… Me encantaba ver como aumentaba y cambiaba la cromática de la ciudad en aquél mapa. Cada uno tiene su forma de motivarse, ¿no crees?

Durante esa semana, de lunes a viernes, mi objetivo fue contactar con las agencias de publicidad, desde la más grandes donde todo se había convertido en un océano rojo, hasta las medianas donde mis competidores eran menos notorios y aportaban menos valor.

Para ello enviaba mails, llamadas telefónicas, y mucha puerta fría. Me funcionaba muy bien, la verdad.

Bien. El miércoles visitaba a puerta fría una pequeña agencia. Conseguí hablar son su propietario, un tipo de mi edad, de unos treinta y tantos, de mirada directa, paso seguro y manos firmes. Me fijo mucho en las manos, no solo por los apretones que te da la gente que parece que quieren cargar el móvil, sino por la forma de los dedos. Me fijo especialmente en aquellos dedos pulgares de la mano que tienen forma de martillo con uñas cóncavas. Manías de vendedor. Y hablando de dedos, el encuentro nos vino como anillo al dedo. Yo buscaba un cliente y a él le había fallado el proveedor. ¿Qué más se puede pedir? ¡Hicimos match!

Nos sentamos. Hablamos. Fue fácil, como conversar con un amigo o cliente que conoces de toda la vida.

Al final de la conversación me explicó lo qué le había pasado y si yo quería solucionarle la papeleta. El único “pero” es que la entrega tenía que estar en una semana en un punto concreto de Barcelona porque esa producción formaba parte de la presentación de un producto en una empresa cliente que él gestionaba . Y como no, me fui con mi pedido más a gusto que un arbusto.

Mi felicidad duró poco. Ya en la oficina me alertaron de lo que ya sabía: me había saltado el pedir riesgos, hablar con producción sobre la viabilidad de los días, el stock de materiales, etc… En esa época me cegaban más los resultados que los procesos.

¿Empiezas a intuir qué paso al cabo de los dos meses, esos 60 días tras la eficiente entrega y servicio mano en llave al cliente? Pues que NO PAGÓ. Tenía que haber hecho caso a mi intuición de las personas con dedos pulgares de martillo y uñas cóncavas. Por cierto, deja de mirarte los dedos que no va por ti.

En ese momento, mi responsable, con toda la razón del mundo me leyó la cartilla de lo que tenía o no tenía que haber hecho. Pero, pero y pero hubo una frase que me sacó de mis casillas. ¿Adivinas cuál? Después de toda la retahíla vino el famoso – Te lo dije – Y como jode el – Te lo dije – Porque no nos engañemos, aunque tenga razón, si yo te digo a ti – Te lo dije – ¿Cómo te lo tomas? ¿Qué emoción te viene? Seguro que, entre ellas, la rabia.

Ahora que lo veo con perspectiva y aludiendo a un libro que leí de Giorgio Nardone, -“Corrígeme si me equivoco”- existen ocho ingredientes para ser un profesional en fastidiar conversaciones, desde los ingredientes más perniciosos a los menos significativos pero igual de negativos.

Te animo a que indagues en ti y te hagas autocoaching en aquellos que más sueles utilizar en tus conversaciones.

Mira. Vamos a listarlos.

1.- Puntualizar. ¿Te ha pasado eso de tener un compañero/a, responsable o incluso pareja que no para de decirte qué hay que hacer para que todo funcione bien, mejor, y empieza a ser  un tiquismiquis con detalles sin importancia? Está bien macar límites, aclarar, prevenir, educar pero sin pasarnos.

¿Y cómo sé si soy un quisquilloso/a insoportable? Muy fácil. Cuando después de haberlo dejado todo tan claro, la otra persona tiene unas ganas irresistibles de transgredir todas esas normas y reglas que le has marcado. ¿te suena? Este comportamiento, el de puntualizar, es propio de personas inteligentes, racionales y lógicas.

2.- Recriminar. Cuando recriminamos algo a alguien generamos rechazo y rabia. Paul Watzlawick dice que –cada acto comunicativo posee al mismo tiempo un efecto informativo y un efecto relacional-. Cuando recriminamos algo a alguien lo que hacemos es que no acepten nuestras razones pero que sí rechacen nuestras emociones. Recriminar nos hace sentir culpables, es llevar la conversación a un plano jurídico.

3.- Echar en cara. Esto viene a ser como echar gasolina a las brasas. No solo no reduzco lo que quiero corregir del otro sino que lo alimento. Este ingrediente genera relaciones complementarias de víctimas y verdugos, lo que significa que cuanto más me posicione en el plano víctima (siendo el que echa en cara la víctima) más se va pasar conmigo quien tome el rol de verdugo siendo más agresivo e insoportable.

4.- Sermonear. ¿te ha pasado eso de ir con exceso de velocidad en moto o en coche, que te pare la policía y que no solo te ponga la multa más los puntos sino que además te de la charleta de las consecuencias de bla, bla, bla? En ese momento desconecto y mi cabeza se queda con una dicotomía que no verbaliza: ¿charla o multa? ¡Pero las dos cosas no, por dios!. El sermón de estas personas moralistas tienen dos ingredientes: la puntualización y el echar en cara.

5.- “Te lo dije”. Con la historia personal que te he contado queda más que explicado. Por amplificar lo dicho solo decirte cuanto más implicado emocionalmente esté yo con este cliente (en este caso que he narrado) más me va a molestar ese – “Te lo dije”-. Detrás de ese – “Te lo dije”- hay un punto egoísta de que lo que me molesta realmente es que no me escucharas, no tuvieras en cuenta mi opinión, etc…¡que soy tu jefe!

6.- -“Lo hago solo por ti”- Este en el plano organizativo no lo escucho demasiado pero en el plano personal es un clásico, y es una frase que hasta molesta a la persona más calmada. Es perversa por dos motivos: te hace sentir en deuda y por otro lado en un plano inferior, porque tiene que venir un altruista que haga cosas por ti. ¿te suena eso de ir a una comida familiar, no querer postre porque quieres cuidarte y que te digan: – “Pues si no te las comes, no sé que haremos con ellas, porque las he comprado por ti”-?

7.- “Deja, ya lo hago yo”. Arhhhh, yu yu. Ese disfraz de elegancia, empatía y bondad que en realidad lo que hace es anular al otro mermando sus capacidades haciéndole sentir inferior. Como dice Nardone, “una ayuda no requerida no solo no ayuda sino que perjudica”.

8.- Reprobar. Este ingrediente es tan pernicioso como sutil. No es un ataque directo, no es una crítica, pero si es una felicitación con un “pero” detrás que deja un mar de fondo en el otro/a con la consigna de que “se podría haber hecho mejor”. Algo nos hemos dejado, no hemos puesto el lazo final, ha faltado un pequeño detalle.

Te animo, y me animo a mi primero, a ser cuidadoso muy primero, con lo que pienso, y después, con lo que digo y cómo lo digo. Yo creo que en muchas de estas me he llevado el dominio, concretamente con www.teechoencara.com (no lo busques, es broma) sin darme cuenta de lo negativo que es para mí y/o para los demás.a.

Toni Cátedra

PD1: “Siempre hay algo de fatal en las buenas intenciones” .Oscar Wilde.

PD2: Tengo un libro que, entre otros temas, te muestra pautas de cómo ser un mejor conversador y comunicador. Aquí, ni arriba ni abajo, aquí.

PD3: Tu plan de acción. Hoy, decido que mi jamás utilizaré el  X Ingrediente.

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