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El peor error que no debería cometer ningún vendedor

Vaya si me acuerdo. Ese día tuve que cancelar la cena que tenía en casa con un montón de amigos. Es lo que tenía tomarte las cosas como si estuvieras en urgencias aunque no hubiera tocado un bisturí en mi vida.

Pero para llegar a este punto, antes tengo que contarte el orden lógico que me llevo a lo anterior. Primero lo primero.

En esa época estaba como responsable de zona e iba a caballo entre dos oficinas. Tenía una zona asignada, como esos GEOS que saben que los terroristas están en esa zona escarpada del mapa y no paran de peinarla hasta que encuentran al rehén al que llevan sano y salvo a casa con su familia.

Y lo de la zona es importante. No me podía salir de esa zona. Si me salía de esa zona entraba en otra en la que estaba mi compañera y eso nos dejaba en un punto de “conflicto de intereses”, como si fuera una guerra de bandas de esas que pelean por el territorio. ¿Y eso que significaba para mí como Director de Zona y vendedor? Pues que siempre tenía que ir a visitar a los mismos clientes y prospectos de la zona.

Entonces, había días en que me venían estos pensamientos a la cabeza:

-“Ya estoy cansado de que durante dos años siga haciendo casi el mismo recorrido por el mismo polígono cada día”-

-“Ya no sé qué más hacer. Si he venido mil veces y no quieren recibirme es que no quieren recibirme”-

-“Que pereza volverme a encontrar a la misma recepcionista que me saldrá con la misma cantinela…”-

-“Si tuviera una zona más grande vendería más y sería menos aburrido” (mentira podrida)”-

-“No sé para qué voy, si nunca me recibe y me da largas”

Pero en cierta manera, aunque a veces me entrara flojera, nunca dejaba de hacer las llamadas, visitas o puertas frías que me había propuesto. Siempre he puesto por delante lo que tengo que hacer a lo que me apetecería hacer. Hacía mis visitas. Una y otra vez. Mes a mes. Semana a semana. Día a día. Entre las 10.30 y las 13.30. Con lluvia. Con nubes. O con soles abrasadores de esos que dejas un huevo en el asfalto y te lo puede comer frito.

Y llegó el día. Las 19.00 horas de un caluroso viernes. A punto de cerrar la oficina mientras metía los últimos prospectos al CRM. Y suena la llamada. La ansiada llamada (aunque me hubiera gustado más que hubiera sido un lunes por la mañana con mi equipo al completo).

  • “¿Toni Cátedra?
  • “Si, soy yo”
  • “Te llamo de la empresa X”
  • “Si claro, sé quién eres”- (en ese momento visualizaba la puerta de su infranqueable despacho, ese olor que desprende ese tipo de empresas cárnicas y como mis zapatos se quedaban enganchados al suelo cada vez que visitaba aquél frío lugar)”
  • “Pues hoy vamos a tener la oportunidad de trabajar juntos…”

Después de seguir la conversación en torno a lo que necesitaba, el para cuando, etc… le hice lo que para mí fue una gran pregunta:

  • -“¿Qué es lo que ha hecho que pensaras en mí?

Y aquí la mejor respuesta:

  • “Porque eres el único que me ha dejado más de 20 tarjetas de visita en este año. Tengo muchas. De diferentes empresas, e incluso de la misma empresa con el mismo cargo y diferentes nombres (a eso se le llama rotación y flojera por no aguantar), en cambio, tuyas, más de 20.”

Ese párrafo anterior lo volvería a escribir, pero para ser prácticos es más fácil que lo vuelvas a leer. ¿Te parece? Puedes repetirlo tantas veces como quieras.

Siempre que iba, aunque sabía que era muy difícil que me recibiera, y ante la duda, siempre dejaba tarjeta. La recepcionista me decía que no hacía falta, pero yo insistía. Finalmente valió la pena.

¿Cuál es la moraleja de todo esto? Perseverar, perseverar, perseverar. El mayor error que puedes cometer como vendedor es no perseverar. El fracaso es el abandono prematuro, y no perseverar es más o menos lo mismo.

¿Cómo has aprendido a amar?

Perseverando

¿Cómo has aprendido a odiar?

Perseverando

¿Cómo has aprendido a estar alegre?

Perseverando

¿Y a estar triste?

Perseverando.

¿Cómo aprende tu hijo de 5 años a leer?

Perseverando. Repitiendo

¿Y tu perrita a levantar la patita?

Perseverando. Repitiendo.

Aprendemos por repetición. Resultamos familiares por repetición. Y generamos confianza por repetición. Chin pon.

Toni Cátedra

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