Es sábado. Uno de esos sábados de invierno en los que sale el sol pero el maldito viento no deja que caliente tus rojizos pómulos de la cara por mucho que lo intentes.
En el parte de olas no salía nada. En principio no había previsión y tendríamos un mar plato. Pero el mediterráneo es así, para lo bueno y para lo malo, un continuo “surfrimiento”. Cogí la bicicleta y salí hacia el norte por el paseo marítimo con un ojo en el carril bici y otro en el mar. A medida que subía, la cosa mejoraba, las olas rompían más bonitas, limpias y sin viento.
Paré. Me subí de pie al pequeño muro que separa el áspero asfalto por la fina arena de la playa. Conté 25. Sí, 25 son el número de personas que había en el agua para pillar una ola de un metro en la que no estarías subido más de 20 segundos. La verdad es que era bonita. Suave. Perfecta. A derechas y pegada al espigón.
Pero había 25 personas. 25 malas caras que hacen turnos debatiéndose entre la prioridad y la preferencia. Son normas del surf, un día te las explicaré, pero hasta en el agua hay reglas, implícitas y explícitas, como en la vida. De la misma manera que en una panadería no se te ocurriría colarte, aquí tampoco, porque además te puedes llevar un guantazo en según qué lugares.
Bajé del muro. Volví a coger la bicicleta y retrocedí el camino andado. Lo que veía ya no me parecía tan mal. A medida que bajaba, el número de personas descendía, las caras eran más amables (lo veías en los que aparcaban la furgoneta en la zona azul, sin tanta ansia ni rictus agrios) aunque las olas no eran tan buenas.
Y finalmente llegué a mi spot (mi lugar). Un sitio menos habitado incluso por transeúntes, más inhóspito y menos de moda. Porque ya sabes cómo funciona todo: ¿dónde va Vicente? donde va la gente. Y el surf no es algo ajeno a esto de la misma manera que no es ajeno a dos estrategias de ventas que te voy a contar en las próximas líneas.
Estuve más de una hora y media. Solo. Subía y bajaba. Subía y bajaba. Sin estrés, sin competencia, sin negociación, sin pedir perdón. Me acababa de dar cuenta de que acababa de aplicar la estrategia del “Océano Azul”.
Océanos Rojos y Océanos Azules
La estrategia del océano azul y del océano rojo es un concepto estratégico de negocio desarrollado por W. Chan Kim y Renée Mauborgne en su libro Blue Ocean Strategy. Aplicada a ventas, esta teoría te ayuda a elegir entre competir a cuchillo, de manera ensangrentada, como si estuvieras con Bruce Willis en La Jungla de Cristal (océano rojo) o crear un mercado propio (océano azul)
Estrategia del Océano Rojo en Ventas
En un océano rojo, la competencia es alta, es un mercado maduro y las empresas luchan por los mismos clientes. Las reglas del mercado están definidas y todas las empresas intentan ganar cuota de mercado bajando precios como estrategia cortoplacista orientada a ganar cuota, aumentando publicidad (aumentando costes) o mejorando su producto de forma incremental.
Por ejemplo, durante mi trayectoria profesional he vendido productos y servicios de RRHH, artes gráficas, libros, etc… En el Trabajo Temporal o las artes gráfica son claros ejemplos de que al ser mercados maduros los precios están muy ajustados, los márgenes quedan muy reducidos y necesitas vender mucho para tener la persiana del negocio subida. Más competencia, más opciones de compra, menos ganancias. Chin pon.
Estrategia del Océano Azul en Ventas
En un océano azul, en lugar de competir directamente, creas un nuevo mercado donde prácticamente no hay competencia. En ventas, esto significa diferenciarse con una propuesta única de valor, innovando en cómo se vende o a quién se vende (un público objetivo a priori, o a ojos del que no sabe como rentabilizarlo, menos atractivo)
En este caso podrías especializarte en un nicho concreto, por ejemplo, ofreciendo soluciones de RRHH solo para startups en crecimiento, ya que tienes el problema de que necesitan contratar rápido, pero no tienen procesos definidos ni un equipo de RRHH sólido. Y con tus soluciones puedes ofrecer un servicio ágil de reclutamiento, con metodologías diseñadas para empresas en fase de expansión.
Es solo un ejemplo. Te lo tendrías que llevar a tu negocio. El beneficios es que aquí no hay una lucha de precios, porque eres el único o de los pocos en tu nicho. Generas demanda en vez de pelear por la existente. Aquí ya no eres el pez pequeño en un mar de tiburones y sabandijas sino que te conviertes en el pez grande de la pequeña pecera.
Y volviendo a mi día de surf, me convertí en ese pez grande de la pecera pequeña. Sin gente. Con muchas olas. Y hasta me hicieron fotos y un video ¿hubiera salido en alguna foto o video estando en el spot de las 25 personas? No lo sé, pero ni me hubieras reconocido. Todos los neoprenos suelen ser iguales. Negros y aburridos. Menos los de la marca Janga (marca de neoprenos que si ha sabido diferenciarse).

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