Equipos, negociación

Susto o Muerte. El arte de dar malas o buenas noticias

Cuando hago formaciones esta pregunta es recurrente ¿Qué doy antes, una buena noticia o una mala noticia? Hombre, si ya me vas a venir con el cuento ese de: – “tengo dos noticias, una buena y otra mala” – ya me hago una idea de que me digas lo que me digas, no me va a gustar por mucho que me lo maquilles. Todos los que llevamos tiempo trabajando en empresas o para empresas, somos como unas vaquillas ya toreadas y resabiadas, con lo que hay cosas que no nos vienen de nuevo.

Después te diré qué dicen los estudios y por qué. Pero permíteme que te responda pasadas unas líneas. Pero, pero y pero, ¿qué pasa cuando tengo un “puñado de buenas noticias” y otro “puñado de malas noticias”?

Voy. Sigo, sigo, que me explico mejor: ¿Cómo doy antes este “puñado de buenas noticias”, juntas o separadas?

Y ¿cómo doy ese “puñado de malas noticias”, juntas o separadas?

Vamos con las malas noticias. Seguro que es lo que estabas pensando: -¡vamos con las malas, vamos con las malas ¡–

De joven, muy joven, mis padres me regalaron a los catorce años un ciclomotor, una Derbi FD. Como niño curioso y travieso me ponía a hacer estupideces e iba de caída en caída por hacer el tonto. Y hay una cosa que aprendí en esas caídas y que después me lo he llevado al plano de la empresa: si la mano era la primera parte del cuerpo que tocaba el suelo (en esos años íbamos sin guantes muchas veces) el roce con la arenilla escocía, dolía y ardía. Pero lo curioso es que te levantabas, veías que te habías quemado la pierna con el tubo de escape, estaba en carne viva y tenías el pantalón roto, pero lo único que recuerdas es el primer impacto con el suelo: la mano rozada y arañada con tintes rojos.

¿Y que tiene que ver con “ese puñado de malas noticias”? Pues que pasa exactamente lo mismo. Cuando damos las malas noticias juntas, suele darse ese efecto de primacía, esa primera escuece, pero como me las estás dando todas seguidas puedo quedarme entre contrariado, bloqueado, aturdido o asumir que – esto es lo que hay – . El que las da descansa, y el que las recibe, también.

¿Qué pasaría si eres un compañero, jefe o responsable que decide dar las malas noticias separadas en el tiempo? Pues que en cuanto te vea voy a salir corriendo porque cada vez que te acerques a mi pensaré: “yuyu”, nada bueno que Toni este revoloteando a mi alrededor.

Y ahora vamos al supuesto de que tengo un “puñado de buenas noticias” que dar a mi equipo. ¿Todas juntas, todas separadas…?

Lo vas a ver fácilmente. ¿Has sido niño o niña alguna vez? ¿Te han traído algo los Reyes Magos alguna vez, o eres de otro mundo?

Por tus vivencias, o si tienes hijos, sobrinas, o cualquier otra cosa que se le parezca, habrás vivido esta situación: es el día de Reyes, vienen los invitados a tu casa y casi al unísono empiezan a agasajar al pequeño o pequeña de la casa con regalo, tras regalo, tras regalo. Y te das cuenta de que el niño en cuestión arranca el papel sin ningún tipo de cuidado, regalo tras regalo. Lo abre, lo mira rápido y al siguiente. Tan solo hace una onomatopeya del tipo: “ohhh” “ahhh” “wowww”. No sé detiene ante ningún regalo. No parpadea. Es un festival de estímulos, de dopamina sin control: drones, aviones, coches y chuches.

Más tarde, pasadas unas horas, llega a esa casa ese “personaje” despistado que compró el regalo a última hora en un todo a cien. Le da el regalo casi sin envolver, en una bolsa de plástico semitransparente y arrugada. El niño, que ha estado en barbecho de regalos casi unas dos horas, atrapa esa bolsa y con sumo cuidado va desvelando lo que hay dentro y, al descubrir el tesoro, esboza una sonrisa y va a enseñárselo a todo el mundo. “Eso” se acaba de convertir en su mejor regalo de Reyes.

¿Por qué pasa esto? Porque cuando nos dan buenas noticias de golpe nos empachamos, no las saboreamos, no las apreciamos. Y además, nos quedamos sin refuerzos positivos por no haberlas sabido administrar. Hemos sido niños… o niñas o niñes, y seguimos siendo niños en cuerpos de adultos. Las buenas noticias son como el dinero, hay que dosificarlas y administrarlas en función de las personas y el contexto. Si las administro bien, cuando mi equipo me vea venir, quizás piense aunque el refuerzo sea intermitente: ¡que alegría me da ver a Toni!

Y no. No me olvido de ti. Vamos a tu pregunta del principio. Tengo dos noticias, una buena y otra mala. ¿Cuál de ellas doy primero?

Como todo en la vida y ya lo decía Jarabe de Palo, –depende, todo depende-. De la persona, personas, situaciones, etc… Pero en principio primero damos las malas noticias.

¿Y por qué?

  • Dar una mala noticias primero puede mitigar y aliviar la tensión porque ya la estás esperando y necesitas saber qué pasa.
  • Ese alivio puede eliminar la preocupación, lo que significa que esa bueno noticia que le vas a dar ahora puede recibirla con más claridad mental.

En mi caso, prefiero las buenas noticias al principio porque me predisponen de una manera más permeable a recibir las noticias negativas. Pero esa es mi preferencia, y a lo mejor es parecida a la tuya.

De la misma manera recuerda que no es solo dar las buenas o malas noticias. Es cómo damos estas noticias. Será de vital importancia manejar tu estado emocional, establecer rapport (sintonía) con la persona con la que te comunicas, empatizar con la situación de la persona con la que te comunicas, utilizar bien el tono, los silencios, la escucha …

Y tú, ¿eres de las malas noticias al principio o al final?

El arte de dar malas o buenas noticias

PD. Si te gustan estos temas, este libro de Chris ST Hilarie es ideal para seguir aprendiendo.

PD1. Si lo que quieres es saber adaptarte a diferentes personas y convencerlos sin despeinarte tengo otro: este muy bueno J

PD2. Y si lo que quieres es estar tranquilo para abordar estas situaciones, este ideal para ti: no hay otro mejor que hable de esto J

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *